martes, 5 de febrero de 2008

Algo lindo (esperando el ascensor)

El escenario es el cuarto, el mismo cuarto donde murió el tío León hace ya varios años, quizás diez. Con el ropero prehistórico e inamovible, la ventana con las persianas bajas para que no entren murciélagos, el cuadro misterioso en blanco y negro de un santo judío -no logré mayores explicaciones para ese retrato de un hombre igual al Ayatola Komeini y mirada enigmática y ortodoxa.



Y en la cama, la tía Bella, pequeña vista desde esa perspectiva, de celeste con su elegante camisón, perfumada para recibir visitas. Con el pelo gris y blanco como queriendo salirse del cuero cabelludo para siempre todo junto. Los ojos fijos en un punto irreal, en algún lugar del pasado, tratando de captar atención, o de divisar alguna figura difusa del mundo actual y ya no tan cercano. De pronto un atisbo de ternura, un contacto con mis manos, una sonrisa de dientes frágiles, rotos y postizos. Ella seguía tendida en la cama, con las piernas inmóviles y levemente flexionadas hacia el costado, su mano agarrada de la mía. Cada tanto la expresión le cambiaba, de estar inmersa en recuerdos de principio del siglo pasado a estar en el presente ahí y conmigo. Y un rayo de luz tenue aparecía en sus pupilas.



Y me contó su idea sobre los ascensores, sobre cómo generar un colchón en la base para contener al que pudiera caerse por el hueco accidentalmente, cómo se implementaría con goma pluma, cómo se salvarían vidas. La emoción de estar diciendome eso brotaba y los ojos se volvían saltones y expresivos. Era su aporte a la futura Construcciones Benzecry del Ing. I. Benzecry, yo. Incluso los ascensores podrían tener las iniciales I.B. me decía. No estoy mal de la cabeza, aclaró, sólo que tengo noventa y seis años... y me pidió encarecidamente que tenga en cuenta su idea. Le dije naturalmente que sí era una idea útil, que se salvarían vidas, que mi opinión de ingeniero era positiva al respecto.



Cada tanto venía la tía Lea y gritaba un poco, iba de un lado a otro de la habitación, ponía cara de estar muy apesadumbrada, le volvía a gritar a la tía Bella y se volvía al otro cuarto donde permanecía. Yo mientras tanto pensaba en el ascensor. En que quizás era realmente una buena idea crear un sistema de defensa para prevenir alguna caída involuntaria de una persona mayor. Si bien los ascensores de hoy en día no implican el mismo riesgo de abrir la puerta y que no esté, ya que son automáticos, las modas cambian y los ascensores antiguos de rejas y que se ve todo al exterior podrían volver de acá a unos años en algún diseño retro, por qué no. Después de todo era una idea lúcida y muy noble y en ese contexto confieso que me tocó alguna fibra de esas que andan simulando ser sentimientos.