Desde la estacion espacial Suburb XII, Tissú contemplaba la imagen que Kepler había soñado mucho tiempo antes, la Tierra vista a lo lejos como una esfera celeste rodeada de un círculo de luz, pequeña como una pelotita de tennis, aislada en la oscuridad total. Mientras se afeitaba tratando que la gillette no se le escapara flotando, pensaba en por qué siempre había soñado estar ahi. La estacion contaba solamente con una persona a bordo, y cada tres meses llegaba un reemplazo. Tres meses en el espacio, tres meses en la Tierra, y así iba rotando. La primera estadía había sido emocionante, cada cosa era un acontecimiento, cada visión nueva era sorprendente. Pero ahora Tissú sabía que era hora de cambiar. Llevaba así tres años.
Fue en el momento en que la gillette se le escapó de las manos que sin querer presionó un botón con un movimiento torpe y distraído. Presionar el botón en sí no tenía consecuencias, pero en su vorágine de torpeza para desactivarlo movió una perilla, que tampoco era relevante si no fuera que en el atropello pulsó otras palancas y botones que sí tenían cierta importancia en el funcionamiento de las compuertas. Al abrirse la compuerta impensadamente, Tissú salió al espacio exterior con su traje de astronauta pero sin el lazo que lo pudiese unir a la estación. Rápidamente se colocó el casco de vidrio. Había dejado la Suburb XII para siempre.
La sensación de no tener absolutamente ninguna atadura, de estar totalmente aislado de todo lo demás resultaba peligrosa a Tissú. Sabía que iba a morir, pero como todo astronauta en cierta forma estaba preparado para asurmirlo y no le asustaba. Tarde o temprano la muerte le alcanzaría. Le preocupaba en realidad saber si terminaría como un spaguetti contra un agujero negro, si viajaria nomás por el espacio unos kilómetros desintegrándose rápidamente, o si se vería atraído a algun cuerpo celeste cercano y chocaría con él. Recordó un cuento de Ray Bradbury, pero sabía que su estela no se vería desde la Tierra y no habría estrella fugaz para pedir deseos. Es más, en la Central se enfadarían demasiado cuando encontrasen la estación Suburb XII vacía y la compuerta abierta. Pero ahora no era momento de pensar en obligaciones incumplidas. Sólo quería saber en qué pensar sus últimos segundos.
Y como un destello nunca visto por ningún ojo humano, Tissú se desintegró en millones de moléculas que llenaron un poco la ausencia de materia del espacio exterior. Sus distintos átomos y partículas formaron una nube que avanzaba en forma despareja hacia un pequeño asteoide que ejercía cierta atracción gravitatoria. Una a una sus moléculas cayeron sobre el suelo, mezcladas con lluvia de estrellas. Algunas cayeron sobre un agua verde y espesa que ocupaba parte de esa superficie. Llevaría solo algunos millones de años luz para que se generase allí una nueva forma de vida.
Fue en el momento en que la gillette se le escapó de las manos que sin querer presionó un botón con un movimiento torpe y distraído. Presionar el botón en sí no tenía consecuencias, pero en su vorágine de torpeza para desactivarlo movió una perilla, que tampoco era relevante si no fuera que en el atropello pulsó otras palancas y botones que sí tenían cierta importancia en el funcionamiento de las compuertas. Al abrirse la compuerta impensadamente, Tissú salió al espacio exterior con su traje de astronauta pero sin el lazo que lo pudiese unir a la estación. Rápidamente se colocó el casco de vidrio. Había dejado la Suburb XII para siempre.
La sensación de no tener absolutamente ninguna atadura, de estar totalmente aislado de todo lo demás resultaba peligrosa a Tissú. Sabía que iba a morir, pero como todo astronauta en cierta forma estaba preparado para asurmirlo y no le asustaba. Tarde o temprano la muerte le alcanzaría. Le preocupaba en realidad saber si terminaría como un spaguetti contra un agujero negro, si viajaria nomás por el espacio unos kilómetros desintegrándose rápidamente, o si se vería atraído a algun cuerpo celeste cercano y chocaría con él. Recordó un cuento de Ray Bradbury, pero sabía que su estela no se vería desde la Tierra y no habría estrella fugaz para pedir deseos. Es más, en la Central se enfadarían demasiado cuando encontrasen la estación Suburb XII vacía y la compuerta abierta. Pero ahora no era momento de pensar en obligaciones incumplidas. Sólo quería saber en qué pensar sus últimos segundos.
Y como un destello nunca visto por ningún ojo humano, Tissú se desintegró en millones de moléculas que llenaron un poco la ausencia de materia del espacio exterior. Sus distintos átomos y partículas formaron una nube que avanzaba en forma despareja hacia un pequeño asteoide que ejercía cierta atracción gravitatoria. Una a una sus moléculas cayeron sobre el suelo, mezcladas con lluvia de estrellas. Algunas cayeron sobre un agua verde y espesa que ocupaba parte de esa superficie. Llevaría solo algunos millones de años luz para que se generase allí una nueva forma de vida.